Hace días recibí una proposición.
Y no, no era indecente. Solo algo complicada.
Por supuesto, no pude rechazarla.
Me pidieron que escribiera sobre el mal de amores.
Cuando leí el correo mi primer instinto fue hacer como que no lo había leído y no meterme en semejante berenjenal. Lo que llaman hacerse el sueco, vaya.
Pero después decidí, antes de que Juan Magán y sus explicaciones al respecto acaben de comernos el poco cerebro que nos queda, que lo iba a intentar. La tarea resulta más difícil todavía si encima te piden que hables acerca de cómo superarlo. Nos ha jodido mayo con las flores…¡Como si lo supiese!
Si hay algo que odio por encima de todas las cosas, además de las natillas (si, las del colegio, que tenían grumos) son todas esas listas de consejos que circulan por Internet, numerando del 1 al 10 los pasos a seguir para tener un cuerpo estupendo, un trabajo magnífico y un novio maravilloso.
En serio, no somos gilipollas. Ya sabemos que antes de una entrevista de trabajo hay que ducharse, que hablar de lo estupenda que era nuestra ex novia va a hacer que consigamos una nueva y que si queremos caber en el traje de baño el verano que viene, el McDonald’s no es el camino. Gracias, lo hemos entendido y me niego a hacer lo mismo.
Y hasta aquí mi arrebato del día.
En fin, volviendo a lo que nos ocupa. Me dispongo a compartir las pocas lecciones que he aprendido acerca de este tema. Aviso para navegantes: esto es El Cajón de Gatsby, no el de la Bruja Lola. Así que leed con paciencia.
Partamos de la base de que no hay amor sin males.
Se ha puesto de moda reducir el amor un puñado de frases, enlazadas las unas con las otras de manera sistemática. Definitivamente han conseguido hacernos creer que hay una especie de esquema a seguir y que, por supuesto, siempre sabemos lo que viene después. Nos lo han contado. Y nos lo hemos creído. Podemos entonar el mea culpa.
Nos hemos cargado la historia, como cuando alguien nos cuenta el final de una película. Digamos que Woody tenía razón:
Resulta que la semana pasada hablaba con unos amigos acerca de la fidelidad. Estuvimos debatiendo sobre si era posible permanecer junto a la misma persona durante el resto de la vida. Y me hace gracias porque, al parecer, últimamente ‘el resto de la vida’ pueden ser cuarenta años o dos semanas. Esta confusión conceptual me preocupa bastante, todo sea dicho.
Nos hemos permitido el lujo de jurar por la eternidad. Como si no supiéramos que la vida, otra cosa no, pero vueltas, da. Nos pensamos que basta con decir ‘si quiero’ una bonita mañana de mayo para que las cosas funcionen para siempre. Error.
Yo, por ejemplo, siempre he pensado que hay lagunas en los votos matrimoniales:
¿Estás dispuesto a no encontrar absolutamente nada porque el espíritu de pintauñas, revistas y potingues varios ha invadido el cuarto de baño?
¿Podrás soportar un arsenal de calzoncillos y calcetines desperdigados por el suelo de tu casa el resto de tu vida?
¿Serás capaz de pedir perdón, una y otra vez, aunque a veces seas tú quien tiene razón?
¿Encontrarás ese punto justo que no invade la intimidad pero que tampoco cae en el distanciamiento?
¿Prometes no asfixiarle con un cojín cuando se tire tres semanas hablando sobre cómo tapizar el sofá? ¿Y las sillas? ¿Y el sofá otra vez?
¿Entenderás que los domingos de fútbol son sagrados y que ni la caído de un meteorito cambiará eso jamás?
¿Eres consciente de que la panda de loros que tiene por amigas van a estar ahí siempre, por lo siglos de los siglos, amén?
¿Dirás ‘si quiero’ todos los días, aunque algunos días lo fácil sea no querer?
Entonces, sí.
Quedaría raro escuchar esto en una boda, ¿verdad?
Pues ya lo siento, pero es lo que hay. Y puede ser tan maravilloso como infernal. Como tantas otras cosas, depende de ti.
Sí, es complicado. Y como a eso no tengo más respuestas, os recomiendo a Sabina, como cada vez que algo no tiene solución. Primera lección.
¿Que por qué se acaban las cosas?
Después de pensar largo y tendido he llegado a la conclusión de que hacemos planes que se sostienen sobre un futuro que aún no ha llegado y que ni siquiera sabemos si llegará. Luego los planes se tuercen, nos agobiamos, y ya la hemos vuelto a cagar.
Lo poco que puedo decir al respecto es que no se puede vender una casa sin tener ladrillos y que no deberíamos olvidarnos de que las cosas hay que prometerlas todos los días. Y entonces, a lo mejor, con un poco de suerte, conseguimos construir un para siempre lo suficientemente estable como para no ceder al temporal.
No nos gusta oirlo, pero se nos ha olvidado que cuando algo se rompe se puede pegar. O por lo menos intentarlo. Tantos años de colegio dando el coñazo con el pegamento y los recortables y todo pa’ ná. Estamos todos de acuerdo en que es más fácil abrir el cubo de la basura, tirarlo, y esperar a que vengan a llevárselo. Claro que lo es.
Y así vamos.
En cuanto a esto, hay un fragmento de la película El indomable Will Hunting que recomiendo a todo aquel que quiera aprender algo importante que le sirva para el resto de la vida. Segunda lección.
Creo que me queda poco más que decir al respecto, Consideradlo un pequeño trozo de sabiduría y compartidlo con quien lo merezca. Y no, esto no es Disney. Esto es la vida real. Tanto o más que el amor que queda cuando la capa de barniz que cubre el principio de todas las historias se empieza a descascarillar.
Es cuando aparecen las grieta, viejas y nuevas, cuando descubres quién es la otra persona y decides si te quedas. Es entonces cuando eliges entre ser un ciclo más en la vida de alguien o quedarte a compartir todos los ciclos que ocurran en ella.
Y sí, ellas van a seguir siendo raras de pelotas y ellos tontos de remate, pero con un pequeño matiz. Ella será tu rara de pelotas y él tu tonto de remate. Así de simple.
¿Qué cómo se supera el mal de amores? Siento desilusionaros, pero aún no he encontrado la pócima secreta.
Aunque estoy en ello, no preocuparse.
Pero mi tercera lección es la que se aprende con los años, y os puedo asegurar que no hay mejor escuela que el
tiempo.
Por eso sé que trabajar diez horas diarias tiene sentido cuando hay alguien a quien contárselo cuando vuelves a casa. Me refiero a alguien que no tenga ni plumas, ni cuatro patas y que no respire debajo del agua.
Sé que levantarse a las siete de la mañana es un autentico coñazo y que debería considerarse un delito contra la integridad física de las personas. Pero también sé que cuesta menos cuando al otro lado de la cama hay alguien haciendo lo mismo.
Sé que la distancia puede ser mayor o menor, pero siempre se ocupa de fabricar problemas que en realidad no existen. Pero también he aprendido que hay bonitas maneras de echarse de menos.
Sé que las tentaciones existen, que están por todas partes, porque para eso fueron inventadas. Y sé que cerrar los ojos al pasar no te aleja de ellas. Al contrario, cuanto más abres los ojos, con más detalle ves que no valen ni la mitad de lo que ya tienes.
Sé que si no tienes el valor suficiente, el hombre de tu vida no será necesariamente el hombre de tu boda. Son palabras parecidas, pero no significan lo mismo. Y el matiz está en el empeño que le pongas.
Sé que el tiempo, cuando lo dejamos pasar como meros espectadores, acaba destruyéndolo todo. Que al igual que cura, también puede crear abismos y que lo único productivo que podemos hacer con él es aprovecharlo e invertirlo en aquello que nos hace felices.
Y, para terminar, mi cuarta y última lección (no por ello menos importante)…
Esta sí, grabado a fuego y sagrada como los domingos de fútbol Aprendida entre esos gin-tonics que se beben para olvidar:
El mejor remedio para el mal de amores es querer,
Igual que la resaca se pasa bebiendo cerveza.
ECGXIII.
Este post de este blog es el mejor puto post de todos los blogs
Hola, he llegado aquí a través de Facebook y… no podría alegrarme más de haber abierto ese enlace.
No sé si han sido tus referencias a Joaquín Sabina, al hecho de que reconozcas que cuando algo se rompe puede intentar arreglarse, o a que te salgas de lo común, porque hablas de todas las cosas difíciles que pueden ponerse de por medio en una relación pero sabes que existe la posibilidad de superarlas. La culpa de los corazones rotos no la tiene el amor, sino las personas que lo hacen mal…
Nunca comento estas cosas, esta vez es la primera, pero me he visto a mí misma en tus palabras. No hay instrucciones para superar un mal de amores y a día de hoy ni siquiera sé cuándo puedes decir sin miedo a equivocarte que «lo has superado», porque a veces de repente recaes y nadie te explica por qué.
Pero temer al amor, a enamorarse o a luchar por algo nuevo cuando quiera que surja es la peor de la soluciones posibles, porque como tú dices, el mejor remedio para el mal de amores es querer.
Un beso enorme, no podría sentirme mejor después de leer esto 🙂
Hola, te he descubierto por el blog de anita, y sólo decirte que estoy de acuerdo contigo en todo, apuntarte que ése angel…a veces sólo pasa una vez y si lo pierdes como yo. el resto de tu vida sólo compartiras tu vida con «amorcitos» pero no el verdadero amor sobre todo cuando sabes lo que es amar sin trabas y que te amen tal cual eres. como la canción, hay muy poca gente capaz de eso, al final todo el mundo quiere cambiarte…..encuentra a alguien que te quIera por lo que eres y como eres le gustes, sino casi es como chocar olas contra rocas. Tengo 52 años si sirven de algo….GRACIAS POR ESCRIBIR, NO DEJES DE HACERLO NUNCA, ME SALVAS MUCHAS NOCHES.
¡Muchas gracias por tu comentario Maria jo! No es fácil, pero pensemos que tampoco imposible..